“…pintura
de la realidad a la que no le falta el elemento mágico…”
Ha llegado hasta nosotros un libro de cuentos Y AL CAER LA
TARDE de Elena Alarcón, escritora jujeña. Textos
breves, intensos, de palabra comprometida con la literatura y con la realidad
de los pueblos de nuestra provincia, que podría ser de cualquier otra. Tal la pintura universal que sostiene.
Recordemos
que la autora cultiva diversos géneros literarios y la hace con el oficio
necesario que avala su travesía en las letras. Ha merecido diversos premios a nivel provincial
e internacional. En su libro publicado Moneda
corriente, poesía, ya supo expresar el compromiso social. En este caso,
en Y AL CAER LA TARDE, su
mirada rescata costumbres, problemas políticos, sociales, la psicología de un
personaje colectivo que conduce el hilo unitivo de todos los cuentos que es el pueblo.
Dice su prologuista, Sergio Sarmiento,
chileno, “las historias son mínimas y
entre todas van armando un oleaje que da a conocer las esperanzas y los
sufrimientos de los sin casa, de los cesantes, de las víctimas del poder
político, de las madres que ven a sus hijos partir a Bs. As. y no volver jamás,
de los empleados que no ven los frutos de sus lealtades, de los originarios
desplazados por la modernidad, de las mujeres que venden empanaditas en las
calles, de los que siguen a los turistas para ganar algo de plata, los turistas
que se maravillan con la imagen oficial de lo autóctono, pero que “no vivirían en estos recónditos lugares…”
La autora a través de la palabra recrea,
ironiza, denuncia. Una prosa límpida y sensorial. Un lenguaje que sabe recrear la
oralidad del pueblo, hace de estas narraciones una pintura de la realidad a la
que no le falta el elemento mágico. Narrativa de corte existencial y estético.
¡Felicitaciones
a la autora!
Susana Quiroga
FLASH
Los cerros
de la quebrada se oscurecieron. Hay un leve aroma de airampo que cubre la
superficie de la mesa. Doña Eusebia Cruz levanta con dificultad los restos de
la magra cena que tuvo. Sus hijos, la Teodora, el Fidel, y el Pancho, se han
ido a trabajar a Buenos Aires hace ya tres años. Pero hasta ahora no han
escrito ¿será que se han olvidado de esta pobre vieja? El finadito Roberto les
habría retado de lo lindo a esos ingratos, mirá de olvidarse así de su mamá. Y ella con casi
ochenta años y el tiempo secándole los huesos, apenas alcanza a hilar tres
madejas de lana de oveja por semana. Sus dedos están todos torcidos y ya casi
ni puede pararse.
Esas
madejas decidió teñirlas con airampo, así es el color del ocaso, cuando guarda
las seis ovejas que le quedan. Mañana irá a venderlas a la feria, es el día que
llegan más turistas. Ellos pagan bien, no como su comadre que le da cinco pesos
por madeja.
Los días
jueves seguro entran tres colectivos, a doña Eusebia le gusta mirarles las
caras cuando descubren los imponentes cerros de colores, quedan maravillados y
tratan de perpetuar la gama de colores, quedan maravillados y tratan de
perpetuar la gama de tonos en sus cámaras, también el cielo los atrapa, ese
cielo hondo y generoso. Se sienten a gusto, estiran las piernas y respiran
bocanadas grandes para limpiar un poco los conductos atiborrados de hollín. Sin
embargo, no vivirían en estos recónditos lugares, con el tiempo
extrañarían el bullicio, el movimiento y
los olores agrios de la ciudad. Además, ¿de qué vivirían? Aquí no hay empresas
ni gerentes generales para que cumplan los horarios, tampoco está en ese montón
de hierro que corre bajo la tierra produciendo estertores. Seguro que extrañarían sus reductos de cimiento
donde sepultan las amarguras con la esperanza de que el día siguiente no tenga
tantas horas.
Y entran nomás
tres colectivos, los de la feria se preparan con bolsitas, cambio y una buena
sonrisa, nunca está de más un “¿de dónde viene usted, señorita? Es la primera
vez que viene al norte, señor?” Y los chicos, con sus caras paspadas se pelean
para cantarles los versos de siempre: “no
te rías de un coya que ha bajau del cerro…”
Y doña Eusebia,
con las madejas escarlata colgándole de las manos, apenas le sale un hilo de
voz: “a diez pesitos, señorita la lana pura de oveja” y nadie la escucha, todos
quieren ver el cerro, como si en unos segundos más sus colores desaparecieran.
Con avidez disparan sus cámaras una y otra vez, otros filman con fruición cada detalle, cada
piedra.
Hasta que
un guía ya cansado del viaje laman a todos porque tienen que llegar a Humahuaca
para ver el Santo que sale a las doce del mediodía. Entonces todos trepan a los
colectivos con los ojos llenos de colores intensos.
Allí
queda la mujer, con las madejas y un sueño retaceado con pequeños hilitos de
esperanza ¿se
acordarán
sus hijos de ella?
Al día siguiente doña Eusebia abre el corral de las
ovejas, gira la cabeza para ver la intensidad del cielo y con estupor descubre
que los turistas se habían llevado en sus cámaras cada matiz, las gamas del
cerro de siete colores y el ardor de sus lanas…
De Y al caer la tarde