domingo, 20 de octubre de 2013

MADRE, FUEGO DE VIDA

“…nos encuentran amaneceres
radiantes
de sol de viento de tierra de lluvia
el canto de los gallos
el olor a lápices y cuadernos
a dulces y calientes naranjas
de los inviernos…”

En este día tan especial para todos, varones y mujeres, dedicamos estas palabras a esa mujer madre como un reconocimiento a su psicología amorosa y sensible, a su lucha humana. Sabemos que ella es la depositaria de la memoria. En su matriz se engendra el fuego de la vida, el fuego del Amor que enfrenta la muerte.
Ella es la Pachamama nuestra, la Virgen que nos ampara, la estrella que nos guía. Madre terrena. Madre María, contenedora de múltiples yoes que la enriquecen en la comprensión.
Pienso en las madres que reclamaron y reclaman con dolor la ausencia de los hijos desaparecidos, con pañales en sus cabezas dando vueltas alrededor de las plazas, o infiltrándose en prostíbulos para liberar mujeres secuestradas. En las que tienen la suerte de seguir atentamente el crecimiento de sus niños, alegrías, fracasos… Pero de pie, a dentelladas, cuando lo requiere la situación, los defienden, los cuidan desde el impresionante rol de mujer del que formo parte. La madre representa el sentimiento de fe, de ternura extrema.

¡Felicidades en tu día, mamá, para ti estos poemas sencillos plenos de celebración!

Duermo junto a mi madre
acurrucadas
heridas de ternura
mis piernas tocan sus piernas
esas piernas que me sostuvieron
nueve lunas
y un día me lanzaron
a la luz de la vida

nos separan unos cuantos atardeceres

/ya tengo grises en mi pelo/

nos encuentran amaneceres
radiantes
de sol de viento de tierra de lluvia
el canto de los gallos
el olor a lápices y cuadernos
a dulces y calientes naranjas
de los inviernos
en la cocina de hierro

la madre inclinada en la pileta
abrazaba el jabón blanco
en las pesadas sábanas

el hacha trozaba los leños
con la fuerza de sus frágiles brazos.

ahora
las dos dormimos acurrucadas
heridas de ternura con las manos unidas
llenas de luz
en el tejido de haceres y recuerdos
de dolores
y amores


Susana Quiroga

jueves, 3 de octubre de 2013

RAÍCES



Por fin aparecen las montañas. Rodean de verde el lejano paisaje. Como ángeles protegen la pequeña ciudad. Más allá, el horizonte. Arriba, el cielo azul con algunas nubes blancas. Tienen forma de rostros que cambian con el viento, de bellos ojos que miran sonrientes, de inmemoriales fulgores.
       Ha regresado. 
       Se aquieta su ansiedad.