Hace frío, aquí, en Yala, en este valle
rodeado de verdes montañas atravesado por ríos y límpidos manantiales que
bajan de las cumbres.
No estamos acostumbrados al frío de
estos días ni a la nieve que transformó bellamente el paisaje. Tampoco las
casas están preparadas, y los leños arden insistentes en las chimeneas, se
trenzan y se elevan como los sueños y con el olor a piñas. El frío se hace
sentir. Y cuando el sol ilumina tímidamente me refugio en la galería toda de
vidrios que da al norte de mi casa. Efecto invernadero, noble y cálido.
Entonces, da gusto enhebrar
palabras, intentar decir, armar ensueños, memoria y recuerdos. Elegir
pantallazos que aparecen y desaparecen, tomar uno de ellos y vestirlo con enunciaciones que aroman y brillan como los rayos del sol. El pantallazo ya es idea, es música y
reflexión, quizás el comienzo o fin de un cuento, de una novela, o relámpago
fugaz de un poema. Recorre un sendero creativo, desde la inspiración al texto
nutrido de intimidad, realidad e imaginación.
Todo
un proceso de goce, de pasión. Largo camino, como la vida misma, como el viaje
aventurero de Ulises hacia Ítaca.
¿Qué momento cultivará? El de la víspera, el
del final? Lo cierto, que viajamos con el bagaje de sueños e ilusiones,
encuentros y desencuentros, búsquedas y desafíos hasta llegar, quizás, al texto
único, trabajado con la obsesión que requiere el caminar. Porque de eso se
trata, de seguir, continuar hasta encontrar el escrito ansiado, final.