Ella fotografiaba las papas
andinas, pero al revelarlas se veían nebulosas, sin forma casi. Ni con
excelente cámara. Y las necesitaba significativas, hermosas para un catálogo,
ya que trabajaba para difundir sus propiedades, riquezas, comercialización.
¡Ella que las apreciaba tanto no podía reflejar su belleza ni con la mejor
cámara! Era inexplicable. Le comentó al padre puneño. Y él con una sonrisa le
preguntó.
_ ¡Ay, hija! ¿Les has pedido
permiso a la Pachamama? ¿Le dijiste que las amas, que las cuidarás?
Se quedó pensando, asombrada se dijo: Pero la Pachamama sabe de mi amor, ella sabe… Comprendió. Juntó papas de diferentes sabores, colores y presencias. Con sus manos morenas y tibias las acarició con aceite y romero, una a una. Las arregló escalonadas como apacheta. Entonces, esperó trémula el crepúsculo, la luz de las primeras estrellas y de la luna redonda casi blanca. Convocó a la raza milenaria, rezó, las veló, las ofrendó a la Madre Tierra durante toda la noche.
Al otro día con la mejor luz las fotografió. Sonrió. ¡Nunca se habían visto tan hermosas!
Se quedó pensando, asombrada se dijo: Pero la Pachamama sabe de mi amor, ella sabe… Comprendió. Juntó papas de diferentes sabores, colores y presencias. Con sus manos morenas y tibias las acarició con aceite y romero, una a una. Las arregló escalonadas como apacheta. Entonces, esperó trémula el crepúsculo, la luz de las primeras estrellas y de la luna redonda casi blanca. Convocó a la raza milenaria, rezó, las veló, las ofrendó a la Madre Tierra durante toda la noche.
Al otro día con la mejor luz las fotografió. Sonrió. ¡Nunca se habían visto tan hermosas!