Duermo relajada, hace mucho que no sucedía. Y de pronto, con este aire
caribeño en la casa de mi hija, vuelve a mí la armonía. Escucho el piano, ese
que pobló mi hogar, esa melodía que era parte del aire, esa música que se
desgranaba entre los dedos ágiles, infantiles: Para Elisa, Vals del Príncipe
Kalender, Claro de luna de Beethoven…
Inevitablemente, el corazón renace a los
tiempos felices, y mis ojos se abren humedecidos a la ofrenda de mi hija que me
despierta con aquella música.