Madre e Hijo por Gustav Klimt
Decir madre es pensar en la mujer que teje las redes de amor y trabajo en
el hogar y fuera de él, en la tierra como la Pachamama, en el regazo de la vida
misma. Esta mujer que almacena su psicología con múltiples yoes que la enriquecen, nunca deja de ejercer el de
madre. Es esa mujer para quien los hijos siempre están presentes en su mente y
en su corazón. Rol inefable y eterno, inclaudicable, incomprensible para
algunos espíritus que no pueden dimensionar la entrega maravillosa de amor. Sabemos
que no siempre es correspondido en la magnitud de su generosidad hacedora.
Pobre de aquellos que no lo pueden hacer. Felices, los que comprenden tal
magnitud, y con valentía, más allá del tiempo y la distancia, reconocen su tibieza
y valoran el entramado de la sangre y del corazón.
Quien sabe amar y respetar a su madre, seguramente, tiene
un lugar especial en la cosecha de la eternidad. Los días adquieren aroma de
primavera ante este sentimiento cercano y lejano, sabio y prudente, sumiso y
noble de la creación.
¡Felicidades en tu Día, mamá, depositaria de la memoria que engendra y alimenta el
fuego de la existencia!
Susana Quiroga
Duermo
junto a mi madre
acurrucadas
heridas
de ternura
mis
piernas tocan sus piernas
esas
piernas que me sostuvieron
nueve
lunas
y un día
me lanzaron
a la luz
de la vida
nos
separan unos cuantos atardeceres
/ya tengo
grises en mi pelo/
nos
encuentran amaneceres
radiantes
de sol de
viento de tierra de lluvia
el canto
de los gallos
el olor a
lápices y cuadernos
a dulces
y calientes naranjas
de los
inviernos
en la
cocina de hierro
la madre
inclinada en la pileta
abrazaba el
jabón blanco
en las
pesadas sábanas
el hacha
trozaba los leños
con la
fuerza de sus frágiles brazos.
ahora
las dos
dormimos acurrucadas
heridas
de ternura con las manos unidas
llenas de
luz
en el
tejido de haceres y recuerdos
de
dolores
y amores
De Vuelve cuando la lluvia