domingo, 13 de enero de 2013

Y AL CAER LA TARDE DE ELENA ALARCÓN


“…pintura de la realidad a la que no le falta el elemento mágico…”

Ha  llegado hasta nosotros un libro de cuentos Y AL CAER LA TARDE de Elena Alarcón, escritora jujeña. Textos breves, intensos, de palabra comprometida con la literatura y con la realidad de los pueblos de nuestra provincia, que podría ser de cualquier otra.  Tal la pintura universal que sostiene.
Recordemos que la autora cultiva diversos géneros literarios y la hace con el oficio necesario que avala su travesía en las letras. Ha  merecido diversos premios a nivel provincial e internacional. En su libro publicado Moneda corriente, poesía, ya supo expresar  el compromiso social. En este caso, en  Y AL CAER LA TARDE, su mirada rescata costumbres, problemas políticos, sociales, la psicología de un personaje colectivo que conduce el hilo unitivo de todos los cuentos que es el pueblo.  
Dice su prologuista, Sergio Sarmiento, chileno, “las historias son mínimas y entre todas van armando un oleaje que da a conocer las esperanzas y los sufrimientos de los sin casa, de los cesantes, de las víctimas del poder político, de las madres que ven a sus hijos partir a Bs. As. y no volver jamás, de los empleados que no ven los frutos de sus lealtades, de los originarios desplazados por la modernidad, de las mujeres que venden empanaditas en las calles, de los que siguen a los turistas para ganar algo de plata, los turistas que se maravillan con la imagen oficial de lo autóctono, pero que “no vivirían en estos recónditos lugares…”
La autora a través de la palabra recrea, ironiza, denuncia. Una prosa límpida y sensorial. Un lenguaje que sabe recrear la oralidad del pueblo, hace de estas narraciones una pintura de la realidad a la que no le falta el elemento mágico. Narrativa de  corte existencial y estético.
             
   ¡Felicitaciones a la autora!
                                                                                                                                       Susana Quiroga

FLASH

Los cerros de la quebrada se oscurecieron. Hay un leve aroma de airampo que cubre la superficie de la mesa. Doña Eusebia Cruz levanta con dificultad los restos de la magra cena que tuvo. Sus hijos, la Teodora, el Fidel, y el Pancho, se han ido a trabajar a Buenos Aires hace ya tres años. Pero hasta ahora no han escrito ¿será que se han olvidado de esta pobre vieja? El finadito Roberto les habría retado de lo lindo a esos ingratos, mirá de  olvidarse así de su mamá. Y ella con casi ochenta años y el tiempo secándole los huesos, apenas alcanza a hilar tres madejas de lana de oveja por semana. Sus dedos están todos torcidos y ya casi ni puede pararse.
Esas madejas decidió teñirlas con airampo, así es el color del ocaso, cuando guarda las seis ovejas que le quedan. Mañana irá a venderlas a la feria, es el día que llegan más turistas. Ellos pagan bien, no como su comadre que le da cinco pesos por madeja.
Los días jueves seguro entran tres colectivos, a doña Eusebia le gusta mirarles las caras cuando descubren los imponentes cerros de colores, quedan maravillados y tratan de perpetuar la gama de colores, quedan maravillados y tratan de perpetuar la gama de tonos en sus cámaras, también el cielo los atrapa, ese cielo hondo y generoso. Se sienten a gusto, estiran las piernas y respiran bocanadas grandes para limpiar un poco los conductos atiborrados de hollín. Sin embargo, no vivirían en estos recónditos lugares, con el tiempo extrañarían el  bullicio, el movimiento y los olores agrios de la ciudad. Además, ¿de qué vivirían? Aquí no hay empresas ni gerentes generales para que cumplan los horarios, tampoco está en ese montón de hierro que corre bajo la tierra produciendo estertores. Seguro  que extrañarían sus reductos de cimiento donde sepultan las amarguras con la esperanza de que el día siguiente no tenga tantas horas.
Y entran nomás tres colectivos, los de la feria se preparan con bolsitas, cambio y una buena sonrisa, nunca está de más un “¿de dónde viene usted, señorita? Es la primera vez que viene al norte, señor?” Y los chicos, con sus caras paspadas se pelean para cantarles los versos de siempre: “no te rías de un coya que ha bajau del cerro…”
Y doña Eusebia, con las madejas escarlata colgándole de las manos, apenas le sale un hilo de voz: “a diez pesitos, señorita la lana pura de oveja” y nadie la escucha, todos quieren ver el cerro, como si en unos segundos más sus colores desaparecieran. Con avidez disparan sus cámaras una y otra vez, otros filman con fruición cada detalle, cada piedra.
Hasta que un guía ya cansado del viaje laman a todos porque tienen que llegar a Humahuaca para ver el Santo que sale a las doce del mediodía. Entonces todos trepan a los colectivos con los ojos llenos de colores intensos.
Allí queda la mujer, con las madejas y un sueño retaceado con pequeños hilitos de esperanza ¿se
acordarán sus hijos de ella?
Al día siguiente doña Eusebia abre el corral de las ovejas, gira la cabeza para ver la intensidad del cielo y con estupor descubre que los turistas se habían llevado en sus cámaras cada matiz, las gamas del cerro de siete colores y el ardor de sus lanas…

De Y al caer la tarde
                         

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