Primer capítulo
AHORA, EN EL OTOÑO
Adolescencia. Llegabas apurado desde tu colegio al
mío. Tres cuadras. Me esperabas ansioso, y con los cuadernos y carpetas bajo el
brazo caminábamos por la avenida de jacarandáes.
Debe haber sido
primavera, las flores violetas y lilas cubrían la vereda como una alfombra
aromática. Y yo las pisaba ceremoniosamente mientras conversábamos. ¿De qué? ¿Del
colegio? ¿De los profesores? ¿De alguna música escuchada mientras mirábamos el
cielo límpido? No sé, no lo recuerdo. Sí, sé que me gustaba la compañía, y tu
sonrisa y tu mirada. Me inauguraba a los misterios del tiempo.
Ahora en el
otoño de nuestras vidas, después de cincuenta o más años, nos reencontramos con
los ojos del recuerdo y con estos del presente. Tenemos una historia vivida,
arrugas en el rostro, el cuerpo ya no es el mismo, pero tu mirada brilla y el
candor adolescente, también. Y a mí me brilla la ansiedad de vivir. Te pregunto
si recordás las flores que pisábamos y sonreís, para nada, me decís. Yo te
miraba a vos.
Me sigue
gustando tu sonrisa. Mi nietita de cinco cuando te conoció y quiso contarles
los detalles de tu presencia a los otros nietos lejanos, dijo eso: tiene una linda sonrisa.
Y te pregunto,
por qué te distanciaste, tampoco lo recuerdo. Y me contás que apareció quien
sería mi primer novio y mi esposo durante cuarenta años. Y agregás, tuve que alejarme.
Yo sonrío.
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