viernes, 9 de noviembre de 2012

CUANDO LAS LETRAS SE VISTEN DE JÓVENES



Paula Soruco, escritora jujeña, psicóloga, cálidamente, nos entregó en propias manos su libro Ilob. Al leerlo, encontramos textos que rozan el fluir de la conciencia, una escritura con un ritmo y estética diferente que nos hace pensar en la vida y la condición humana, en la visión de una joven que enfrenta el mundo con sus espacios  de luces y sombras.
Un lenguaje rico y fragmentado, sensual y dinámico, sortea las tres partes del libro con imágenes alucinadas que exigen un lector atento, dispuesto a acompañar a un yo lírico que juega, que observa, que arriesga, que invade con sensaciones y percepciones que hablan de temas existenciales: amor, esperanza, desesperanza…
La autora ya publicó Illinois y Cornisa, ahora Ilob. ¡Felicitaciones!

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Hicimos fuego y ni siquiera nos encandilamos, pasábamos a otra cosa, todo natural. Lo que pasa en los incendios acá, no teniendo cuerpo de bomberos, es que se instalan criaderos. Un juego de mesa que termina en mansión o bancarrota, la cual sin embargo tiene ovejitas, árboles alrededor y una dimensión más humana. Espantándome unos mosquitos descomunales. Ni ríos quedan, todo es ceniza. Productos de una pirotecnia de especie. Ruedo a vos y la fricción nos enciende la boba piel y sábanas.
Dinamita. Horas que te fuiste y siento el retumbar. Explosiones de una playa cerebral. Llegan destellos, lucecitas breves en la conducción acuática de mis ojos frente al mar. Y así veo. Pelos de la luz y tu rostro sentado frente al mío, opinando sobre alguna cosa. Un año nuevo vestida de blanco brasilero. Estúpidamente transparente y feliz.

71
Piernas haciéndose nudo con otras piernas. Dormir trenzados y amanecer, en el cuerpo de la conciencia de la trenza. Ese tipo de elasticidad para llevar. Erguidos y lejanos continuar trenzados y que lluevan meteoritos. Vos allá, yo acá.

73
A quién pudo ocurrírsele que comerse una manzana pudiera desatar una fiera, murmurando cosas al oído. Soñé que construía un muro en el frente de mi casa y por falta de insumos o de convicción mutaba en cerco de leños
largos, algo relativamente fácil de saltar. Pasaba baldíos y mi papá en una habitación precaria cuidaba un fuego.



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